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Las Respuestas Que Damos Al Conflicto

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¿Qué es el conflicto?








Es todo aquello que genera una lucha interna y por ende una desarmonía, un desequilibrio, una alteración o perturbación a un orden, tanto en nosotros como en el entorno.

El desequilibrio tiene que ver con lo que no responde a un orden natural, como por ejemplo la enfermedad, tanto en el plano físico como en el psicológico: cualquier alteración en la salud de una persona es el quiebre a un orden.

También los desórdenes psicológicos como el miedo, la tristeza, la ira, la insatisfacción, la inseguridad, la confusión, la ansiedad, la competencia, los celos, la envidia, la frustración, el desborde emocional frente a los desafíos de la vida y a las situaciones que se generan en la interrelación con los otros y con los objetos, todas estas situaciones nos generan estados alterados de conciencia.

La mecanicidad, los hábitos, la incapacidad de que se modifiquen situaciones conflictivas, el embotamiento, el desgano, la falta de alegría y de pasión por las cosas que se hacen, las adicciones en todas sus formas, sean al trabajo o a un estimulante; todas estas situaciones también son generadoras de desorden.

La no concordancia entre nuestro pensar, sentir y actuar es una poderosa manifestación de desequilibrio.

El vivir sin amor, por uno, por los otros, por la vida y todas sus manifestaciones, puede que sea la mayor expresión del conflicto en el ser humano.







Las respuestas que damos a lo que se expresa








La forma en que respondemos a las múltiples maneras en que se manifiestan los conflictos humanos, por lo general, responden a las siguientes características:








  1. Negándolo:

No queremos ver, ni saber de la o las situaciones conflictivas que vivimos a diario, ni asumirlas. Miramos para otro lado, nos hacemos los distraídos, aunque en ciertos momentos somos conscientes de lo que nos pasa, de cómo actuamos. Sin embargo pensamos que a partir de no darle trascendencia podría ser que esto quede en el olvido, que lo dejemos atrás, que en algún momento no conviva más con nosotros ese conflicto.

Con esa forma de responder, lo único que se logra es reforzar lo que se expresa.

Al seguir funcionando con el conflicto permitimos que éste eche raíces, lo que significa que el día que nos decidamos a encararlo sea una tarea más ardua que si lo hubiéramos afrontado apenas apareció en nuestra vida. Además, irá dejando estelas, marcas en nuestro cotidiano vivir, salpicando hacia todo lo que hagamos.

  1. Enjuiciándolo:

Al enjuiciar algún aspecto que percibimos en nosotros de nuestra manera de ser y que nos desagrada, lo que estamos haciendo es resistirlo, rechazarlo y a partir de allí se generan diversas situaciones.

Lo primero que sucede es que nos dividimos entre el que expresa, el que siente la situación que desagrada y el que la enjuicia.

Es decir, entre “el que enjuicia” y “lo expresado”, generando una lucha entre dos partes aparentes, porque en realidad uno es toda una misma cosa.

Esa escisión en dos aspectos que parecen ser cosas diferentes y antagónicas es un proceso puramente imaginario, que genera una dualidad en la persona, sintiendo de una manera y pensando de otra, o actuando de una y pensando de otra.

El hecho en concreto es que solo existe lo que se expresa, por ejemplo miedo, en ese instante el ser humano es solo miedo.

Al enjuiciar estamos rechazando aspectos que, por conflictivos que sean, somos siempre nosotros mismos. Ese rechazo es un acto de desamor por uno mismo, y habría que preguntarse si con ese sentimiento de desafecto es que podemos generar algo ordenado, libre de conflictos.

El juicio hacia aspectos nuestros nos insensibiliza, y sin sensibilidad no podemos descubrir profundamente lo que nos sucede. Este litigio es una no aceptación de aquello que se nos expresa, de lo que estamos siendo en un momento.

La resistencia por lo que rechazamos de nosotros mismos hace que sus causas profundas queden en capas inconscientes, ocultas, impidiendo que aflore todo su entramado, las razones subyacentes a lo que se nos expresa.

El juicio nos divide, es una escisión imaginaria entre el percibidor y lo percibido, entre el que siente y lo sentido, o entre el que siente y el que rechaza, generando múltiples “yoes”. Esto da lugar a una lucha, a un diálogo interminable. En este contexto, las partes buscan amigarse a partir de “perdonarse”, y como para perdonar hay que enjuiciar, es allí donde cabe preguntarse quién perdona a quién, si no hay otra cosa más que uno mismo.

Este modo de funcionar “divididos” es desgastante, termina agotando a las personas, dejándolas sin energía para encarar el día a día, por ello es que necesitamos diariamente ingerir estimulantes, como café o hierba mate, para tener energía.

Estar dividido entre “el” que siente algo que perturba y “lo” que perturba, es como fraccionarse entre un sujeto y un objeto, pero dado que hablamos de aspectos psicológicos, no vemos, ni nos damos cuenta de que el que percibe “es” lo percibido.

Sabemos que en una persona no hay más que una sola entidad que expresa un sinfín de sentimientos, y ellos “son” la persona, no hay ningún otro ente más allá de lo que la persona es. Uno es lo que manifiesta, lo que expresa, lo que siente, lo que piensa, lo que hace.

El funcionar dividido, producto del juicio que hacemos por algo que hacemos o sentimos, da lugar a vivir en una lucha interna, a vivir alterado.

  1. Justificando:

Al justificar cerramos las puertas a la comprensión, y donde no hay comprensión no podrá haber cambio.

El justificar es poner un lacre de “válido”, de “aprobado”, a aquello que en un momento rechazamos. Con ello no hay cuestionamiento ni investigación de lo que sucede, no hay una duda constructiva de cuáles puedan ser las razones, además de aquellas aparentes con las que armamos la justificación, por las que sucede lo que sucede.

Toda situación, al ser dejada al descubierto, nos podrá mostrar causas no conocidas, ignoradas al presente, que tal vez nada tienen que ver con los motivos enunciados en las justificaciones.

Uno podrá justificar por qué bebe o fuma, por qué contrajo tal enfermedad, por qué reacciona de una manera violenta, o se deprimió, pero todas estas razones no generan un cambio ni aportan mayor comprensión, sino por el contrario, refuerzan lo que ocurre.

El dejar de lado la justificación es abrirse a lo nuevo, a lo desconocido, que es donde están las motivaciones que estructuran la situación que nos perturba.

  1. Responsabilizando a otras personas o a ciertas circunstancias por lo que nos sucede:

Podemos aducir que el problema ocurre por causas genéticas, ambientales, culturales, sociales, familiares, económicas, laborales, astrológicas o por responsabilidad de otra persona.

Si bien en un principio podría haber algo de cierto en ello, el no responsabilizar a otros permite dar lugar a un darse cuenta de qué pasa en uno para que esto nos haya sucedido, cómo estábamos, qué grado de atención había en uno para que eso nos sucediera.

El poner la carga a otros conduce a la transferencia de nuestra responsabilidad en la formación del conflicto. El pensar o sentir de esa forma nos libera aparentemente de la tarea de encontrar los motivos de la situación que estamos viviendo o de lo que sentimos, pero deja el conflicto intacto, sin modificar, dando la oportunidad para que se siga expresando indefinidamente.

Es un no hacerse cargo, y es la forma más fácil de desentenderse del trabajo de ver cuál ha sido mi responsabilidad, que no es lo mismo que “mi culpa”, porque culpa existe cuando hay juicio, en cambio responsabilidad es observar dónde y cómo estaba uno en el momento del hecho desencadenante de un conflicto, es darse cuenta de cuál era la atención a todos los aspectos en esa situación.

  1. Esperando que nuestros problemas se solucionen a partir de otras personas o de organizaciones a las que les damos autoridad:

Ese esperar de otros, lo único que hace es liberarnos de la tarea de ver y comprender  lo que nos sucede, puesto que en ese caso no seríamos nosotros quienes tienen que bregar con el conflicto, sino que esperamos que sean los demás quienes hagan la acción de desembarazarnos de él.

Esta actitud dilata en el tiempo las situaciones expresadas, permitiendo que se enquisten en nuestra persona, y a la vez genera una situación de esperanza que, si no se ve concretada, nos llena de frustración.

Esperar de los demás nos hace dependientes de otros, como un niño que se resiste a empezar a caminar sin la ayuda de sus padres, o que sigue andando en bicicleta con las rueditas de apoyo.

El ser dependiente es no crecer, no madurar, pues la maduración sucede cuando una persona afronta y se hace cargo por sí misma de sus diferentes estados, buscando ella misma la salida, o la forma de funcionar frente a los desafíos que la vida ofrece, de manera que no se genere en uno un estado perturbador.

Otro aspecto a tener en cuenta es que erigir a ciertas personas u organizaciones como una autoridad es una forma de degradarnos a nosotros mismos, al ponernos en una situación de inferioridad con respecto al otro, cuando en realidad en el arte del vivir, no hay expertos: somos todos siempre aprendices.

Si hay alguien “liberado”, será aquel que “sabe que no sabe y que está todo por aprender”, que se pondrá al mismo nivel que el otro, inquiriendo juntos y a lo sumo ayudando a liberarse de la necesidad de ayuda.

No estamos diciendo que no se pueda buscar una orientación, alguien que nos muestre cómo salir de una situación conflictiva, pero esa persona, si es un buen terapeuta, ayudará a la persona a que ella por sí misma vaya encontrando su salida, la orientara sin ponerse en autoridad, sino que inquirirá con ella, descubrirán juntos porque se esta como se está y la dejara lo más pronto que se pueda, para no generar ningún lazo dependiente.

Un cambio radical significa no adaptarse ni amoldarse a un patrón determinado de ideas y creencias. En ello hay libertad y pasión por descubrir qué es lo verdadero y qué es lo falso, dónde está el conflicto y dónde está el orden.

Por el contrario, al esperar de otros la solución a cualquier problema psicológico, no nos estamos dando cuenta de que éste está en uno mismo y que, en realidad, dentro del problema está la solución.

Porque, así como se conformó un problema, al verlo con pasión, con el único interés de comprenderlo, veremos que en su estructura, que es un fino entramado en todo nuestro ser, es donde está la solución. Al ver la trama y dejarla expuesta, en forma vivencial, sin poner en palabras lo que se va exponiendo, se desarticulan su fuerza y su sinergia.

  1. Defendiéndonos:

Nos defendemos consciente e inconscientemente de múltiples formas.

Es común que el ser humano se identifique con sus: características psicológicas, organizaciones espirituales o de cualquier otro tipo, su profesión o actividad, su raza o religión, su nacionalidad, el lugar donde habita, el signo zodiacal, sus capacidades o los dones que posea.

Al identificarse, la persona se siente protegida, segura, a salvo, porque el yo o ego se fortalece, está como resguardado por pertenecer a un determinado grupo y se siente diferente a otros.

Además, se genera una falsa identidad al creer que uno es, por ejemplo, su profesión o religión: “soy católico, soy abogado”. Es falsa, porque la persona “es” un ser humano, lo otro puede expresar una creencia o una actividad laboral de ese “ser” humano.

Nuestras identificaciones nos generan una coraza, nos separan de nosotros y de los otros, e inhabilitan ver aquello oculto, inconsciente, primario, instintivo; tampoco nos permiten tomar conciencia de los deseos y miserias, ni del dolor ancestral que hay en cada ser humano.

Cuando vemos el peligro de funcionar en la vida identificados y nos damos cuenta lo que ella genera, se desarman las identificaciones que tengamos. Es todo un arduo trabajo de comprensión de porque funcionamos identificados.

Al no sentirnos reconocidos con nada, queda expuesta la realidad de la persona, lo que verdaderamente “es”, queda uno vulnerable a lo oculto, donde anidan las razones de muchas conductas conflictivas. Al dejarlas expuestas hay una enorme posibilidad de compresión y esto sucede cuando se permiten desplegar todas las motivaciones que pueda tener un cierto pensamiento, un sentimiento, una emoción o una acción que nos conducen a situaciones problemáticas.

También nos defendemos, al cerrarnos no expresando lo que nos sucede, al no querer ver, ni saber, ni asumir lo que realmente nos sucede, nos abroquelamos buscando un escape para no ver, ni sentir.

En una actitud defensiva nada circula, la energía está trabada, y vienen los malestares físicos. Y sobre todo que al estar cerrados, tampoco podrán venir las soluciones o la claridad para resolver el conflicto.

Está a la defensiva una persona que busca la seguridad y teme a la inseguridad.

La seguridad está relacionada con no admitir la duda, con lo estable, y ¿como podemos descubrir lo que no sabemos sobre nosotros y si no dudamos de lo que somos y lo que expresamos?

El orden en nuestra vida surge naturalmente cuando nos exponemos, sin ninguna defensa, a lo que realmente somos, que se muestra en nuestras maneras de pensar, de sentir, de actuar, de relacionarnos con las cosas y con los otros.

  1. Buscando placer:

Una respuesta cada día más habitual que damos al desorden físico o psicológico que expresemos, es la de vivir la vida como en una cómoda cama tibia, buscando placer y satisfacción en todo lo sensorio, enorgulleciéndonos de lo que somos o lo que nos sucede, o a través de la fabulosa industria del entretenimiento.

Esta es una forma de negar y subestimar los conflictos y las respuestas desordenadas que damos. Es una actitud inmadura, sin compromiso frente a la vida toda, por querer perpetuarnos en ese estado de no ver las realidades humanas, sus miserias y el dolor que reina en la vida y en cada ser humano.

Significa que no importa si nuestros actos, pensamientos o sentimientos lastiman al prójimo, alterando cualquier vínculo. No vemos que cada ser humano es el mundo y el mundo es cada ser humano, que no somos algo extrapolado del conjunto que hace a una sociedad.

Es evidente que nos evadimos buscando placer, al ver cuánto llenamos nuestra vida, haciendo, pensando, comiendo, trabajando, leyendo, mirando TV, escuchando música, radio, ocupados frente a la PC navegando o chateando, dialogando sobre cualquier cosa con amigos, jugando, haciendo deportes, hablando de otras personas y las mil maneras que el hombre ha creado para estar entretenido, incluidas las actividades llamadas serias o espirituales, como pueden ser el acudir a templos religiosos o cualquier actividad relacionada con lo que el hombre llama el mundo espiritual.

El problema no son estas actividades, ya que en sí mismas no son ni buenas ni malas, sino la desproporción que hay entre el tiempo que se asigna a estas y el tiempo de quedarse en soledad y silencio para un encuentro con uno mismo.

Si uno para, se detiene, se queda solo, sin ningún entretenimiento alrededor, empezará a darse cuenta y comprender esos estados psicológicos-emocionales o situaciones producidas en la interrelación con los demás y las cosas, que nos perturban en el día a día.

  1. Resignándonos:

Es la respuesta conformista, una mansa aceptación que damos a lo que somos cuando vemos o sentimos que nada podemos realizar, que la vida es “así”, que somos “así” y que nada se puede hacer. Consideramos que pedirnos un cambio es pretender que seamos dioses, budas o iluminados, que esa característica o modo de funcionar que tenemos es “natural” del ser humano, aunque nos genere problemas a nosotros y a los demás, o aunque nos desarmonice. Y también que pretender modificarla es una tarea demasiado titánica o imposible para un ser humano “común”, que no tenemos tiempo para ocuparnos de un trabajo que involucre una transformación personal, porque hay muchas cosas “más importantes” que hacer.

Por otro lado, también podemos sentir que “tan mal no nos va”, a pesar de que se manifiesten esas características conflictivas que hemos percibido o que nos hayan hecho percibir otras personas.

Resignarse es no rebelarse, y sin una sana rebeldía no podrá haber un cambio que genere una verdadera paz en el corazón.

Cuando se es joven, por lo general  hay rebeldía frente a los patrones sociales o familiares, luego, con los años, las personas se van amoldando, acostumbrando a lo que viven, y poca inquietud hay para dudar, cuestionar e investigar la forma de vivir de uno y de la sociedad en su conjunto.

Podemos también sentir que no es que nos resignemos, sino que estamos satisfechos con lo que somos, que alguna situación conflictiva que vivimos es propia de la vida, y que no es relevante, que lo importante son las concreciones que se van haciendo en el terreno económico o profesional o en los vínculos que se lograron tener. Frente a esta postura es poco lo que se puede decir, más que invitar a ver hasta dónde hay una real satisfacción cuando se buscan tantos escapes ante la posibilidad de estar solo y sin hacer nada.

Una persona que no puede estar bien sola, sin hacer nada y sin la necesidad de estimulantes o entretenimientos, es una persona que encubre algún dolor no resuelto, y éste buscará el momento de salir, de expresarse. Como ya se ha dicho muchas veces, el cuerpo expresa lo que la mente no quiere ver.

  1. Sabiendo:

Cuando sentimos o pensamos que sabemos, por ejemplo, quiénes somos, lo que nos pasa y por qué nos pasa, ese saber deja cerradas las puertas a descubrir algo nuevo, ignorado hasta el momento.

Sólo se habilita la comprensión cuando damos lugar a la duda, al inquirir, desde un lugar de no saber.

También existe la posibilidad de descubrir lo nuevo cuando nos damos cuenta de que aquello que sabemos es lo conocido, es la historia de uno con sus experiencias y vivencias conscientes, pero en lo conocido no es donde realmente están los resortes del cambio.

Lo que conocemos pertenece al pasado, a lo que fue, son las razones aparentes y evidentes de por qué nos pasa lo que nos pasa.

En el saber hay orgullo, altanería, auto-suficiencia, soberbia, el yo o ego se fortalece frente a la actitud del “yo sé”, se va armando una coraza, y con esto las posibilidades de un cambio profundo están cada día más alejadas.

En el conocimiento la mente está llena y ocupada con conceptos e ideas sobre la vida, sobre uno mismo, los demás y las cosas.

En el estado de no saber, uno está vacío de conceptos e ideas, y esa vacuidad da lugar, espacio para lo nuevo, hay silencio, y éste es fundamental para comprender.

Un vaso es útil cuando está vacío, lo mismo ocurre con nuestra mente, si se halla libre de formulas, ideologías, conceptos, podremos ver algo nuevo, de lo contrario seguimos viendo lo conocido, que es lo viejo, lo que conformó nuestra manera de vivir actual, con sus momentos de plenitud y sus momentos de dolor.


… Por lo tanto, es interesante preguntarse si realmente encontraremos el equilibrio buscando lo contrario a lo que somos…

La transformación se genera cuando damos lugar a lo que no sabemos, a lo oculto, a lo ignorado, para lo cual es necesaria la humildad, que implica terminar con actitudes egocéntricas, como puede ser, el creerse que uno sabe de si mismo.

Al aceptar no saber estamos vulnerables, y es ahí donde existe la posibilidad de un cambio radical. La tarea de descubrir o de dejar develar lo nuevo es lo que genera un cambio profundo y verdadero en nuestra persona.

Entregarse a un no saber es entregarse a un mundo nuevo y desconocido.

  1. Queriendo cambiar:

Aquí se presenta una paradoja, cuando intentamos cambiar algún aspecto de nuestra persona, sea un pensamiento recurrente, algún sentimiento que nos desestabiliza, una acción generadora de problemas, impulsos conflictivos, hábitos, compulsiones, reacciones, o creencias que nos traumatizan. Al intentar cambiarlo, lo que estamos haciendo es rechazarlo o resistirlo, querer tenerlo bajo control, y con ello generamos una lucha entre ese uno que no desea tal cosa y aquello que se expresa. Es una división entre el sujeto, que soy yo, y el objeto a cambiar, por ejemplo el miedo, que también soy yo.

La lucha refuerza el estado en cuestión, nos desgasta energéticamente, impide una comprensión abarcadora al ponernos en distancia.

Para comprender hay que estar en comunión con lo que nos perturba, ser uno con lo expresado, aceptarlo, que no es igual que resignarse, sino aceptar que eso que se expresa es lo que soy, y que ello es conflictivo, ahí hay una posibilidad de comprensión, pues se despliega el estado y quedan al descubierto sus razones, su entramado.

Por lo tanto, cada vez que queremos cambiar algo entramos en lucha, nos dividimos, y así se perpetúan las situaciones de conflicto. Lo mismo sucede, si no queremos cambiar, no nos interesa terminar con lo que perturba, por lógica también se le está dando continuidad a las situaciones conflictivas.

Si he llegado en mi investigación a descubrir por mí mismo esta paradoja, lo que me resta es un no-hacer-nada atento a ello, sin optar por algo, porque ante cualquier cosa por la que opte refuerzo el conflicto, tanto si lo rechazo como si lo permito; si lo acepto o lo rechazo.

En ese estado de alerta a lo manifestado, de percepción sin opciones, en ese no hacer nada (que es de todos modos un “no hacer haciendo”), se produce la acción más elevada de la que se pueda tener como experiencia, que es la mutación, una transformación profunda en nuestra psiquis.

Dando lugar a una nueva forma de operar, no como producto de nuestra voluntad ni de nuestros deseos, ni de nuestros prejuicios y conceptos, ni del esfuerzo por modificar las cosas, sino producto de un orden natural, que es inteligencia, que impera en la vida, que actúa siempre y cuando nos entreguemos en forma atenta y perceptiva a las cosas tal cual son.

  1. Dialogando internamente sobre el conflicto:

Cuando percibimos en nosotros algo que nos desagrada, que lo registramos como un problema, comienza un interminable diálogo sobre ello, explicando, justificando, analizando, pensando.

Los diálogos internos, como otras formas de respuesta que hemos ido viendo, también nos desgastan, quitándonos la poca energía que muchas veces poseemos, nos dividen entre sujeto y objeto, entre lo que somos y lo que anhelamos ser, entre lo que nos sucede y lo que deseamos que nos suceda.

Este dialogar es poner en palabras, verbalizar lo que percibimos de nosotros, es pensar, y dado que la palabra conforma el pensamiento, constituye un símbolo de una realidad, pero no es la realidad en sí misma.

La palabra objetiva (refiriéndonos al verbo objetivar, que es poner afuera y no a la objetividad, que se refiere a ver libre de los condicionamientos). Por lo tanto la palabra divide entre un sujeto que se siente diferente del conflicto y el objeto, que es el conflicto en cuestión. De este modo la palabra instala, da estructura y forma al conflicto.

Es interesante investigar si se puede observar los procesos de la mente y cómo funciona uno frente a los desafíos de la vida cotidiana sin poner en lenguaje lo que observa.

En ese estado hay silencio, porque la palabra es la materialización del pensamiento, que es, a su vez, condicionamiento, producto de nuestra historia, de una cultura y de tradiciones particulares. Al ser el pensamiento consecuencia de nuestros particulares condicionamientos, esos diálogos internos son subjetivos, carentes de una objetividad esclarecedora.

El pensamiento que no se refiere a algo fáctico, concreto, específico, práctico, es un pensamiento que se refiere a uno mismo, es el pensar qué me pasa y qué no me pasa, por qué hago esto o por qué no lo hago.

Si por ejemplo, consideramos mentalmente algún miedo nuestro, lo haremos a través del símbolo-palabra miedo y no a través del sentimiento vivo y cambiante que se expresa en uno. Por lo tanto, al pensar en nuestros estados emocionales, lo que hacemos es estar alejados del hecho concreto y vivo como es, en este ejemplo, el miedo.

Ese pensar sobre uno mismo, ese diálogo interno, termina siendo una evasión de estados profundos que no se quieren vivir, de los motivos que subyacen o de las raíces de un sentimiento.

Lo que está latente en todo sentimiento puede ser una sensación de vacío, de soledad, la necesidad de afecto, de seguridad, de reconocimiento, de ser alguien valorado, o simplemente necesidad de ser alguien frente a la gama de sentimientos como la percepción de sentirse nada, verse tonto, superficial, intrascendente o mediocre. También en lo profundo nos podemos sentir presos, sin libertad, desconectados de lo esencial de la vida, de algo que esté más allá de lo sensorio, más allá de lo tangible y conocido.

Descartar la palabra, es descartar los símbolos, las representaciones del estado, y al hacerlo, nos queda solamente vivenciar desde el silencio de la mente la cosa expresada. Ese estado es transformador en sí mismo.

  1. Ocupándonos de cosas extraordinarias o espirituales:

Muchas veces, cuando las personas se sienten desbordadas por sus situaciones personales, por ejemplo ante un sentimiento de soledad, desamor o mucho dolor y frustración, o sintiendo una monotonía en su vida, viendo que no pueden consigo mismas, una respuesta a esas situaciones puede ser ocuparse de aspectos llamados “espirituales”.

La persona se acerca al mundo religioso, o a algún tipo de organización buscando ayuda, consuelo, compañía, sentirse contenida, protegida y tal vez especialmente ocupada en cosas “nobles”.

El hacer esto la aleja del estado en que se encontraba, y la hace sentir que está en un camino de crecimiento personal.

Habría que preguntarse hasta dónde se puede funcionar en la vida armónicamente, habiéndose negado a encarar las raíces de los estados emocionales que subyacen a la búsqueda de un camino “espiritual”.

Puede ser que la persona se sienta bien mientras funciona en esos grupos, porque al identificarse con una organización o comunidad o técnica se mitigan los estados psicológicos que perturban. Pero sus raíces quedan enquistadas y en los momentos de soledad, en los espacios de silencio, o cuando se está sin una ocupación específica, afloran nuevamente.

A veces los llamados caminos espirituales son una cantidad de creencias, ritos, prácticas, experiencias extraordinarias, vivencias mágicas, todo ello alejado de la realidad, de lo factual, de lo concreto que es la lluvia, el viento, la reacción que tengo frente a ciertas cosas, los miedos que se expresan, los kilos que tengo de más, los estimulantes que consumo diariamente para no estar mal.

Para que se genere un cambio, lo primero es ver, estar en contacto con el problema, y dar lugar a que afloren sus raíces. Si las creencias o prácticas espirituales me alejan de ese contacto, será un camino que me llevará a estados ilusorios de conciencia, porque el motivo que nos impulsa a ciertas prácticas o creencias sería el no querer ver, sentir, vivenciar las raíces, las motivaciones ocultas de los estados conflictivos de conciencia.

¿Si nos ocupamos de cosas supuestamente elevadas y espirituales, no será que no sentimos y vivimos que lo elevado y espiritual se encuentra en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, con toda su maravilla, expresándose en lo más simple, como puede ser una flor, el vuelo de un pájaro, el nacimiento de un niño, como así también tantas pequeñas cosas que hacen a la vida?

  1. Buscando protección, seguridad:

El hombre por naturaleza busca afanosamente un estado de seguridad psicológica en: tener un buen pasar económico, en el conocimiento, en títulos o galardones, sentirse “alguien en la sociedad”, en pertenecer a alguna organización, en la identificación con una raza-religión-profesión-nacionalidad, en sentirse necesitado, querido o valorado por alguien.

La palabra seguro significa “estable”, “que no admite duda”, libre de todo daño, peligro o riesgo. Es por lo tanto algo que no es cuestionado, que se lo deja así, como es, es decir: sin posibilidad de cambio.

Lo que es estable es parecido a algo muerto, por oposición a todo lo vivo, que está en un constante proceso de mutación.

Observando los significados de la palabra seguro, vemos que una persona que busca la seguridad es alguien que se va acorazando, armándose de escudos, quitando las posibilidades al cuestionamiento y, por ende, al cambio.

Por el contrario, aquel que acepta y aprende a vivir en la inseguridad, en lo incierto, en lo inestable, lo impermanente, puede comprender los procesos que se van gestando en él, en la sociedad y en la vida toda.

También habría que preguntarse e investigar si existe el estado de “seguridad psicológica”, o tal vez sea algo ilusorio, carente de una realidad concreta.

Si descartamos la búsqueda de seguridad, se aprende a vivir en lo inseguro y la persona se va fortaleciendo, no será abatida por los desafíos de la vida; por el contrario, encontrará en ellos oportunidades de comprenderse, de descubrir facetas que hasta el presente ignoraba.

  1. Siendo artificiales, falsos:

Al tomar conciencia de la realidad de uno, con sus miserias, sufrimientos, esclavitud frente a ciertos hábitos, se puede responder, mostrándose ante los demás, con la apariencia que se está bien, que se han superado los conflictos o que no se los tiene.

Esto es lo contrario a ser espontáneos, naturales.

En la espontaneidad hay una gran sabiduría, porque en esa reacción natural, no artificial, queda descubierta la naturaleza y la estructura de lo que origina una respuesta.

Por ejemplo, si alguien reacciona defendiéndose o enojándose frente a una desaprobación, y esa forma de responder no intentamos ocultarla ni disimularla, significa que estamos asumiendo lo que somos.

Al asumir como funcionamos, podemos conocernos y descubrir qué origina la reacción, que puede ser un sentimiento de desvalorización, o una carencia afectiva, que nos lleva siempre a buscar el reconocimiento de los demás.

Cuando uno responde con falsedad es porque no quiere demostrarse a sí mismo y a los demás lo débil que se pueda ser. Ello está manifestando un juicio por lo que uno es y un deseo de ser diferente de lo que se es, nos habla de la dependencia que tenemos por lo que piensen y sientan los demás sobre nosotros.

También que funcionamos desde la comparación, que genera envidia, muchas veces podemos descubrirnos querer ser o tener las cualidades de otra persona y por lo tanto nos cuesta sumir nuestras debilidades.

Todas estas son las razones por las que se origina el conflicto en uno.

El deseo de ser diferente de lo que se es, “es” el conflicto en sí mismo y al actuar en forma artificial se lo niega, se lo rechaza, se vive artificialmente, en forma afectada, hipócrita.

Por el contrario, asumir el conflicto, es vivir relajado, distendido, en forma natural, espontánea, ahí hay humildad, y todo ello es el principio de resolución del conflicto.

  1. Tomando una píldora:

Cada día más gente recurre a los psicofármacos en busca de un alivio, de una mejora.

En realidad, una píldora lo que hace es adormecer, anestesiar las funciones sensitivas, inhibir la percepción de un estado, por ejemplo de angustia o miedo, pero jamás podrá una pastilla resolver el conflicto.

Si lo que se busca es aliviar y no encarar ni enfrentar la dificultad, entonces es correcto recurrir a la pastilla.

Si, en cambio, se desea comprender, se podrá dar lugar al fin del conflicto, haciendo un profundo trabajo de observación interior. En ese caso no es adecuada la pastilla, porque para comprender necesitamos desarrollar a pleno nuestras capacidades perceptivas, y la píldora las inhibe.

Además, para entender es necesario que el estado se exprese, de manera que si la ingesta de psicofármacos lo inhibe, no habrá jamás una comprensión liberadora.

Puede que resulte muy fuerte a alguien que, por ejemplo, padece una sensación de angustia, decirle que le permita expresarse a este sentimiento, que lo acepte, y que permanezca en un estado de observación.

En ciertos casos, la píldora seguramente será la mejor forma de encarar el estado de la persona, pero también hay otros casos, en los que tal vez, habría que empezar por levantarle el tono vital a la persona afectada, mediante una alimentación muy ordenada, que tenga en cuenta un fortalecimiento del sistema nervioso, además de una actividad física y expresiva que apunten al mismo objetivo. Luego, ya la persona en otras condiciones podrá encarar la angustia en la forma que venimos desarrollando.

  1. Esperando que el tiempo lo resuelva:

Muchas veces pensamos o sentimos que el tiempo puede curar o resolver lo que nos aqueja. Como si éste pudiera operar o hacer que queden en el olvido ciertas cosas. A esto lo llamamos tener esperanzas en el futuro, creemos que este será mejor que el presente.

En realidad, es una forma de postergarse y resignarse a no vivir el hoy con plenitud. Además, en la medida que uno viva un hoy proyectado a un futuro mejor vive en una irrealidad, porque la vida es lo que está aconteciendo en cada instante, y si ese futuro no nos trae una situación mejor, acarreará frustración, y violencia.

Habría que preguntarse si existe un mañana en el campo psicológico, o si la vida es lo que está transcurriendo en un instante determinado y nada más.

Porque el pasado ya no existe, y si alguna situación anterior nos perturba hoy, es porque no está en un tiempo remoto sino en el presente, aunque el hecho en sí haya transcurrido en el ayer, la sensación o sentimiento que afectan están en el presente, porque están vivos y generándonos ciertos sentimientos que nos perturban en el cotidiano vivir.

Si uno descubre que el pasado no resuelto no está “atrás” en el tiempo, sino en el momento actual, podrá verlo como un presente vivo. Es ahí donde hay una verdadera liberación del sentimiento que hoy me sigue perturbando.

Lo único que hay es el presente, el aquí y ahora; el futuro en el plano psicológico es una evasión del presente. Y en realidad el futuro que proyectamos también esta en el presente.

Nos proyectamos siempre en lo psicológico porque vamos detrás de anhelos y deseos de ser de determinada manera o de lograr cosas, o de que se nos concreten ciertas expectativas.

El vivir con la mirada en un futuro imaginario hace que no se viva el presente con la intensidad que éste tiene y no damos la oportunidad de que se vaya evidenciando con claridad lo que nos ocurre en cada instante ante cada situación de la vida cotidiana.

En lo factual, es lógico que uno se proyecte a un futuro modificado, de lo contrario nada se podría concretar si no hay un plan y objetivos a realizar.

Pero muchas veces se vive la vida corriendo, detrás de “zanahorias”, buscando un sentido a la vida, como si la vida fuera a tenerlo. O es que la vida no tiene ningún sentido en particular, y se le busca cuando la persona la percibe vacía. Por el contrario, cuando se vive la vida sin un fin determinado, sin buscarle un sentido, aparece una alegría porque sí, una dicha sin motivo, y ese estado es lo más maravilloso que se pueda vivir.

  1. Buscando el opuesto:

Cuando lo que se expresa en nosotros es un estado de miedo, buscamos ser valientes, tener coraje; si lo que se expresa es sobrepeso, buscamos ser delgados; si somos violentos, buscamos ser pacíficos y así, ante interminables formas de expresarnos, reaccionamos habitualmente poniendo toda la energía y dedicación a la búsqueda del estado antagonista.

Aquí cabe investigar si un opuesto no está conformado por su complementario, porque si hay un polo significa que deberá estar el otro, de lo contrario no existiría. No existe el arriba sin el abajo, no existe la noche sin el día, la guerra sin la paz, el miedo sin el coraje.

Por lo tanto, es interesante preguntarse si realmente encontraremos el equilibrio buscando lo contrario a lo que somos. O si al buscar el opuesto seguimos en estado de desequilibrio porque haremos actos de coraje, producto de no aceptar lo miedosos que somos, con lo cual perpetuamos situaciones conflictivas.

Por el contrario, si no reaccionamos buscando un opuesto, sino que aceptamos una situación dada, nos quedamos con ella en estado de investigación, de observación sin opciones por lo que se expresa, se generará una comprensión, la cual nos llevará a una nueva condición que no tiene las semillas de ningún estado antes conocido.

Por otro lado, al poner la energía en el opuesto, que es lo que “debería ser”, según los patrones sociales imperantes, lo que hacemos es desgastarnos luchando por conseguir ese estado anhelado, una contienda generalmente infructuosa.

En cambio, al poner la energía en lo que “es”, se genera un acopio de vitalidad, y con energía podemos abordar lo que “es”, de esa forma hay comprensión, y esta libera a la persona del conflicto.







Nuevas respuestas que podemos dar a lo que se expresa


Si hemos visto como valida que las formas de reaccionar a los conflictos que tenemos, lejos de resolverlos, los complican y profundizan y a su vez generan nuevos conflictos, lo único que nos queda, es descartar todas esas formas y dar lugar a un estado de atención plena, sin optar por ni reprimir ni realizar, ni aprobar ni desaprobar, ni aceptar ni rechazar.

La vida puede ser mucho más simple de vivir, más liviana, cuando operamos, funcionamos o nos movemos sin reaccionar frente al conflicto. La no reacción de la que hablamos es un movimiento que involucra una aguda observación sin motivos y sin opciones por lo que vemos.

Sin motivo, porque no buscamos el cambio sino la comprensión. Sin opciones, porque al no reprimirlo o resistirlo, ni aprobarlo o realizarlo, lo que hacemos es dar lugar a quedarnos quietos observando, vivenciando el conflicto, y allí se puede dar lugar a que todo su entramado se exprese.

Cuando toda la trama, las raíces, los motivos que subyacen quedan expuestos en nosotros mismos, siendo uno todo lo expresado, sabiendo convivir con esas realidades que somos, en forma amorosa, con humildad, sin juicios, damos la oportunidad a que finalice de operar el conflicto en nosotros, por la simple razón de haber quedado expuesta en forma vivencial toda su estructura.

Al tomar como falsas e inconducentes las reacciones mencionadas a lo largo de este escrito, se genera un silencio natural, no buscado, ese silencio a su vez produce un espacio interior, porque nuestra mente no está ocupada reaccionando con todo el parloteo mental que ello involucra, no busca llegar a ningún lado ni realizarse en el plano psicológico.

Una mente de estas características comprende que el arte del vivir comienza cuando se convive en forma creativa con lo que se nos expresa a partir de las interrelaciones con los demás y con las cosas.

En ese estado hay paz, quietud, y comienza el trabajo de la meditación, que consiste en dar la posibilidad de que surja claridad, comprensión y posteriormente liberación.

Y la liberación trae dicha de vivir porque sí.

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