Es interesante y necesario, darse tiempo para la propia observación y de todo el movimiento que existe en nuestra vida interior.
Cuando hablamos de observación nos referimos a ver, ser conscientes, vivenciar lo que sentimos, lo que pensamos, lo que hacemos, nuestras sensaciones, fantasías, anhelos y proyecciones hacia un futuro, los recuerdos y vivencias que se nos vuelven desde la memoria, nuestros enojos, tristezas, ansiedades, miedos.
Observar significa también, ver los apegos y dependencias que hacemos hacia personas, animales, cosas, a nuestras creencias e ideas. Observar la idea y sensación que tenemos de creer que sabemos por qué ocurre lo que ocurre y que sigue ocurriendo más allá de que creemos saber. Observar nuestros dogmas, nuestra rigidez y resistencias que impiden que logremos terminar con aquello que nos afecta.
También es importante observar los hábitos y procesos mecánicos, nuestra rutina. Mirar cómo nos relacionamos con los otros y las cosas, como por ejemplo el dinero, la comida, los objetos materiales en general, el sexo.
Observar la envidia, inseguridad, competencia que se nos genera cuando estamos con otro y éste muestra atributos o bienes que nosotros no tenemos.
Observar la inseguridad y sensación de indefensión que sentimos cuando peligra nuestro trabajo, el dinero, la salud, los vínculos más cercanos.
Pareciera que vivimos en un “automático”, estamos ocupados sin investigar ni cuestionar, imbuidos básicamente en los temas familiares, la tarea, la subsistencia, los compromisos básicos, nuestro aspecto físico.
Y dado que todo esto lo hacemos mecánicamente, con esfuerzo, terminamos agotados, y luego buscamos gratificaciones, placeres, lo que queda es un estado de estrés, de embotamiento, de confusión, de insensibilidad, de contradicciones entre lo que pensamos y lo que hacemos, o lo que sentimos. Es decir un estado de conflicto que se alterna con momentos de disfrute.
¿Se puede salir de esta rueda, que si uno mira un poco ve que no solo nosotros estamos inmersos en esa rueda, sino que es de la humanidad toda y ocurre desde tiempos remotos? ¿De ser posible, cómo salimos?
Cuando somos conscientes de algo que nos perturba, nos afecta, la primera reacción es de rechazo, surge el deseo de que “eso” termine, nos lo saquemos de encima, ahora se dice “soltarlo”.
Reaccionamos frente a lo que nos perturba con el deseo de cambiarlo, hay algo que no deseamos suceda, y por eso deseamos liberarnos.
Tal vez habría que preguntarse ¿si es que rechazando, logramos comprender y terminar con el problema, o lo que sucede es que consolidamos y le damos continuidad a lo que se expresa en nuestro ser?
¿Vemos la importancia de dar un tiempo de observación, donde excluimos las justificaciones y los juicios de aprobación y desaprobación, dado de que nos damos cuenta, que de esta forma, trabamos el proceso de investigación?
Sí hay observación pura, es decir sin la palabra, si por ejemplo lo que se expresa en uno es miedo, se trata entonces de no pensar en el miedo, sino quedarse con la pura sensación, sin nombrar el estado, vivenciandolo, sentirlo en cada célula de nuestro ser. Cuando ello ocurre, se genera una mutación de las células cerebrales, es un darse cuenta, y tal vez, ocurre el cambio, más allá de la propia voluntad.
¿Qué es lo que sustenta nuestra incapacidad de observar, de terminar con situaciones que arrastramos desde siempre y no somos capaces de encararlas? ¿Qué es aquello, que tal vez sea el motor de toda nuestra conflictiva? ¿No es un estado de insuficiencia, de carencia, de faltante, de vacuidad?
Ese estado lo rehuimos, no lo que queremos ver, ni asumir, ni sentir, y es por ello que ocurre desorden, contradicciones, conflictos en nuestro cotidiano vivir.
Estar atento, vivenciar esa insuficiencia última que anida en lo más profundo de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestro ser, es dar la posibilidad a una transformación liberadora, que dará lugar, o que permitirá que ocurra, sin buscarla, sin esfuerzo, un orden, una armonía, una paz interior.
Desde ahí, se liberarán nuestras capacidades creativas, armonía en los vínculos, salud psico-física.
El tema es que no queremos tomar contacto con ese estado de carencia e insuficiencia, que, como dijimos está anidado en los más profundo de nuestro corazón, porque nos da miedo, nos da inseguridad, nos sentimos vulnerables, pequeños, insuficientes, nos sentimos como cuando fuimos niños, nuevamente desprotegidos, por eso es que nos defendemos, nos acorazamos, nos rigidizamos, nos evadimos, buscamos placeres que terminan generando dolor y desorden.
Estar quieto internamente, vivenciando, observando lo que somos, que es un estado de vulnerabilidad, de vacío, de profunda soledad, de nada, es dejar que la vida toda, con su inmensidad y amor, opere.
Me parece, que no hay otra cosa que hacer, más que ello.
Lo demás, nuestras búsquedas de salir del conflicto, mediante la innumerable diversidad de terapias que se le ofrecen al ser humano, nuestros rezos y plegarias, los viajes y trabajos llamados espirituales, los viajes iniciativos, etc., etc., etc., terminan siendo una forma de evasión, mientras no enfrentemos la realidad que se manifiesta, tal vez, en cada momento de nuestro vivir.
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