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La Actitud Frente A La Cocina








El siguiente párrafo ha sido extractado del libro “Aprender a comer y a vivir en libertad” Principios de Macrobiótica, escrito por Liliana Racauchi en el año 1995 y de propia edición. Ahora será reeditado por Editorial Kier y estará a la venta en librerías durante el transcurso de este año.








La cocina es el «Arte Fundamental de la Vida», tal como lo dice en el libro del mismo nombre, Bernardette Kikushi, maestra de cocina natural.

En algunos monasterios a la persona encargada de la cocina es a la que se la cuida sobremanera puesto que de ella depende la salud del resto de las personas que allí habitan.

La persona que tiene la cocina a su cargo, es en parte responsable de la salud física y psicológica de sus comensales. Existen varias filmes que dan muestra de ello: «Como agua para chocolate», «El Banquete de Babette», “Cristian en busca del amor», “Comer, Vivir, Amar”, “Big Night”.

En ellos se puede ver el poder de transformación que se produce a través de una buena comida. Estas películas nos muestran que si hay una actitud de entrega y de amor en el acto de cocinar esto actúa directamente en quien ingiera lo preparado; también si hay tristeza, mal humor, desencanto, esto mismo también actúa en quienes prueban esa comida. Digamos, entonces, que se requiere una cuota de dedicación y cariño por lo que se hace, para que los demás puedan recibirlo, pero esto no es suficiente, además es necesario tener un criterio de salud, saber qué alimentos son buenos y cuáles no, estar atento a la problemática de los comensales y ayudar a cada uno a equilibrarse a partir de la comida que se prepara.

La responsabilidad de cocinar es grande, sólo hace falta un gran interés por uno mismo y por los que a uno lo rodean. Es sabido que ante un mismo plato, existen muchas formas de prepararlo, de acuerdo a quién es el que cocina. De la misma receta para hacer el pan, con los mismos ingredientes y el mismo tiempo de cocción a dos personas les sale un pan completamente distinto, porque en el hacer está involucrada la energía que cada uno le transmite, en este caso a la masa del pan.

Pienso que la tarea de cocinar va más allá de si a uno le gusta o no la cocina; es como decir me gusta o no bañarme. Cuando éramos chicos no nos gustaba bañarnos, después, cuando fuimos creciendo nos dimos cuenta que no era una cuestión de gustos, sino que era necesario hacerlo y finalmente llegó a gustarnos verdaderamente.

Con la cocina pasa lo mismo, cuando vamos madurando nos damos cuenta de su incalculable valor y vamos percibiendo la diferencia de hacerlo uno a que lo haga alguien a quien pagamos por ello.

Recuerdo haber escuchado decir a Míshio Kushi, un maestro japonés, dedicado a la nutrición, que la degeneración de la familia fue paralela al crecimiento de los lugares donde se vende comida «fast food» y que la personalidad de los miembros de una familia se iba asimilando a la de los cocineros que producen este tipo de comida.

Cuando era muy joven no me gustaba cocinar, me parecía perder el tiempo. ¿Para qué? me preguntaba, total podía comprar todo hecho o encargarle a alguien que lo hiciera por mí. Creía que era más importante hacer tal o cual curso o leer algún libro, trabajar o hablar por teléfono con alguna amiga. Cuando comencé a llevar adelante una alimentación natural, comprendí un poco más acerca de todo esto. Sin embargo alguien a quien yo le había dado algunas pautas de cómo hacerlo lo hacía por mí, mientras yo realizaba cosas que se suponían eran más importantes. Con el tiempo fui acercándome a la cocina y descubrí un nuevo mundo. Había escuchado, en una oportunidad, que al cocinar, la mujer recibe en su parte genital todo el calor del fuego, y que eso actúa sobre los órganos relacionados con la femineidad despertando, con mayor fuerza, ese aspecto en uno. Creo que eso sin duda sucedió; a medida que entré en la cocina mi ansiedad fue calmándose; claro que fueron muchas cosas que influyeron, pero el conectarse con la Naturaleza a través de los alimentos, ver los colores de unas zanahorias con unos puerros, ese verde y naranja en una olla de barro, acariciar diariamente el grano de arroz, sumergir las manos en una masa con ese maravilloso perfume que tiene una harina recién molida, sentir la calidez de una sopa humeante, la dulzura y el aroma de unas manzanas cocinándose en una cocina de leña…, en fin, todo esto tiene que generar un cambio importante en uno.

La cocina nos conecta directamente con la Naturaleza, con sus frutos, con el fuego. El calor que uno recibe en el acto de cocinar abre el corazón y el hecho de cortar las verduras, de ordenarlas, viendo los colores de un maíz, de un mijo, permite que esa belleza que se vé, penetre en cada uno y se haga propia.

Las personas hoy dan poca importancia al acto de cocinar, incluso todos tienen en su casa el horno microondas. Con el horno microondas aceleran un proceso, tal vez sólo para ganar 2 ó 3 minutos ya que la diferencia de tiempo en calentar agua de la pava en el fuego de la cocina o en el microondas es de escasos segundos; sin embargo hay que hacer todo apurado puesto que tenemos el condicionamiento que el tiempo de producir dinero es el que más vale, más que el preparar una buena comida. Por otro lado se sabe que el horno microondas desvitaliza el alimento, ya que al trabajar a fricción nuclear le saca energía vital a lo que se consuma.

Creo que una persona, ya sea viviendo sola o con su familia tiene que encontrar el tiempo para cocinar, aunque sea algo de lo que come habitualmente, la sopa, el pan o las verduras o el arroz, algo…,  y que ésta no debe ser una tarea exclusiva de la mujer, sino que en una pareja, debe estar compartida como todas las tareas que hacen falta desarrollar en un grupo familiar. La cocina es una más y tan fundamental como limpiar el baño, lavar la ropa o conseguir el dinero para la subsistencia.

Hay tareas, que tal vez por la propia naturaleza de cada uno o por condicionamientos muy arraigados, son difíciles de desarrollar, por ejemplo para una mujer hachar leña o para un hombre bordar o coser. No obstante, también llegado el caso pueden realizarse por uno o por otro; pero cuidar de los hijos, generar dinero, limpiar la casa y cocinar es sencillo de hacerse tanto para hombres como mujeres. Con esto no digo que exista la igualdad de los sexos, hay características naturales que nos diferencian, hay gustos que respetar, maneras de ser, facilidades, pero los roles tan fijos de otras épocas llevaron a la anulación de posibilidades en cada uno.

No creo en eso que la cocina natural lleve más tiempo que la cocina tradicional: sucede que al principio todo es nuevo, son formas diferentes a las que se está acostumbrado, por eso parece ocupar más tiempo que el necesario.

Cualquier plato elaborado lleva su dedicación, se trate de cualquier tipo de cocina y si uno sabe organizarse, en un día en 2 horas se puede cocinar para dos días seguidos. Un arroz integral, con verduras y alguna proteína puede prepararse en una hora; por supuesto que hacer el pan, el queso de soja, el zeitán, la masa de una tarta, un budín, requieren de mucho más tiempo, pero siempre hay alguien que vende estos productos de buena calidad o bien uno encuentra un espacio el fin de semana y entre dos es más fácil hacer todo.

Lo importante es encontrar el momento y sentir que se está haciendo una inversión, que no es tiempo perdido, que se trata de cuidar el tesoro más preciado, nuestra propia vida, nuestra salud y la de quienes a uno lo rodean. Cuando se es consciente de esto el cocinar es uno de los momentos más alegres y creativos del día.

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