En la creación de Dios, nada tiene fin. Todo lo que es verdadero, permanece. En el jardín de Dios, la flor abre y se mustia, pero cuando se mustia no es que acaba; florece otra y otra vez. Las estaciones vienen, se van y vuelven, y en su sucesión está la verdad. Así, todas las relaciones reales, las felicidades ciertas, son continuas, no pasajeras. En su sucesión no cesan verdaderamente.
Las obras del hombre tienen el estigma de muerte que tienen porque la mayor parte de nuestras actividades carecen de sentido y porque nuestras energías las empleamos en abastecernos de cosas y placeres sin eternidad en el fondo. Por eso intentamos dar a todo, a fuerza de añadiduras, un aspecto de permanencia. El hombre, ansioso de prolongar el placer, intenta solo sumar, y tememos detenernos por miedo de que algún día todo termine.
A la verdad es a la que no le importa ser pequeña ni llegar a un fin, como un poema, que no por terminado está muerto, y no porque un poema esté compuesto de versos infinitos, pues si eso fuera así, sabríamos que el poema no era verdad. El verdadero poema sabe cuándo concluir; se ha cogido a algún ideal permanente del hombre, que es de todos los hombres, y el principio interior de toda la creación. Si un poeta ha alcanzado este ideal de perfección, sabe que, deteniéndose, no muere, sino vive.
Así, al encontrarse verdadero puede permitirse finalizar, porque nunca llega a un término, sino que tiene su continuidad en la verdad. En lo que somos verdad, somos inmortales; y cuando estamos de parte de la verdad, estamos de parte de la inmortalidad. Pero el hombre, al dar su vida a cambio de objetos sin sentido, la derrocha; y si hacemos de estas cosas nuestra meta, entonces la vida es una vida de muerte.
En nuestro vivir diario nos encontramos con muchos hombres que pasan como sombras sobre nuestra vida; pero cuando nos encontramos en la verdad, todo es diferente. Nosotros nos hemos reunido en este rincón de la patria. Como yo, ansiáis la verdad. Todos somos niños que lloramos a oscuras por nuestra Madre eterna, sin saber que ella está, mientras tanto, en la cama con nosotros. Ignorantes, creemos que estamos separados; pero cuando la lámpara se enciende, vemos que nuestra Madre no se había movido de allí. Entonces sabemos que somos hijos de la misma Madre, que, en medio de las diferencias de raza y clima, somos hijos de la misma Madre; y el grito de la India, “¡llévanos de lo irreal a lo real, de la oscuridad a la luz, de la muerte a la inmortalidad!”, sale de nuestros labios. Oyendo esta oración, sabemos que aquellas diferencias son lo irreal, y que lo real es que somos uno. Bajo estos árboles hemos llamado a El, con voces unidas, Padre, y hemos sabido que este es nuestro verdadero parentesco, el cual nunca podrá perderse, sino que seguirá, hondo, en nuestras almas.
Nuestro parentesco personal con este mundo comenzó en el amor. La Madre nos trajo, el amor del Padre nos envolvió y nos nutrió. Poco a poco, con la clave de este amor, llegamos a ver que solo este parentesco era el definitivo. Los objetos de nuestras pasiones eran cosas destructivas, o sombras, que hacen irreal la vida que está llena de ellas.
Cuando nos encontramos en Dios, nuestra vida se perpetúa en la verdad. No tiene en ella ese elemento de falsedad. Y es lo que hemos de recordar, y en ello tenemos el sentido de las palabras “¡llévanos de lo irreal a lo Real!”.
Al alimentarnos, nuestro cuerpo asimila el alimento y sigue adelante con su obra de creación. Si comemos polvo o cascajo, no nos creamos, sino que nos destruimos. La verdadera relación del hombre con el hombre es, también, creativa. Esta reunión nuestra, bajo estos árboles, será también creadora en nuestras vidas y se hará más verdadera cada día. Es cierto que, como la luz del día de Dios, todas nuestras energías pueden estar sumidas bajo el sudario de la oscuridad nocturna, por algún tiempo; pero la luz vuelve a vivir de nuevo. Así son todas las relaciones verdaderas, y permanecerán hasta el fin de nuestras vidas, sin perderse jamás. Irán creciendo, y entrarán en una vida grande, que tendrá la realización de su propósito en lo que ha de venir. Y yo ofrezco a mi Dios mi oración para que El nos lleve de todo lo que es trivial, sin sentido, inconexo y extraño, a la verdad del amor.
¡Llévanos a lo Real, a la Verdad que es eterna!
¡De esta oscuridad que nos ciega a la Verdad infinita que dice que Tú eres nuestro Padre verdadero!
¡Líbranos de las tinieblas del deseo, esa miseria del corazón!
¡Éntranos en la luz!
¡De la muerte, llévanos a lo Inmortal!
¡De todo lo que es transitorio, llévanos a la Verdad eterna!
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