Diálogos entre:
Roberto Yudowski – Médico Psiquiatra
José Bidart – Director de Las Dalias
Diálogo 2
B.: Me gustaría continuar el diálogo ampliando el tema del deseo.
Y.: El anhelo de cambiar es una forma de deseo, uno de los objetos del deseo. Hay otras maneras, como la búsqueda y el deseo de ser, que también es el afán de cambiar.
El deseo se acompaña siempre con el descontento, con el temor, con la frustración. Esto provoca algo desagradable, algo que no nos gusta, que no queremos, algo que no aceptamos. Y la no aceptación produce descontento, miedo y más deseo, por lo tanto, involucra la búsqueda de algo que sea diferente.
B.: Si, es lógico, existe el descontento como algo subyacente.
Ante el desagrado, reaccionamos deseando algo diferente, buscando otra cosa.
¿Puede ser que este descontento sea el motivo por el cual exista tanta búsqueda de placer en la vida?
Buscamos placer, experiencias. Algunas personas buscan en lo psicológico o en lo llamado espiritual. Muchos se proponen vivir esto a través de una vivencia transformadora que los complete. Por ejemplo, hay gente que se acerca a los trabajos chamánicos o a cierto tipo de terapias donde se busca una experiencia movilizadora, buscando salir del descontento. Otros frente a ese descontento, reaccionan buscando el placer, dentro de la oferta de diversión que hace la industria del entretenimiento. Pareciera que todo está siempre surgiendo de la insatisfacción, del displacer, buscando el gozo, lo placentero.
El descontento es la fuerza motora de la búsqueda de placer, y del deseo de cambio.
Y.: El deseo es el de un cambio placentero, el de buscar la propia satisfacción, es decir el placer, frente al displacer, al dolor, al sufrimiento. El deseo de un cambio placentero, de alguna manera, está provocando el sufrimiento. Ambos se retroalimentan.
Toda nuestra vida psicológica o gran parte de ella, está manejada por el placer y por el anhelo que lo convoca, que lo busca. De distintos modos, no importa cuál, el deseo siempre es el mismo.
B.: A veces se escucha decir que hay buenos y malos deseos.
Alguien que tiene el deseo de crecer, de evolucionar, de ser mejor, puede decir que ése es un deseo noble. Por el contrario, se piensa que el anhelo de beber desmedidamente puede ser un deseo conflictivo.
¿Cómo podríamos evidenciar que en realidad todo deseo de modificar los estados psicológicos son el conflicto en sí mismo?
Y.: Vamos a investigarlo… Estoy en una situación de descontento, de miedo o sufrimiento frente a algo que lo provoca. Desde ese miedo o ese sufrimiento, surge el deseo de su terminación, de algo distinto que lleve a la satisfacción y que acabe con el miedo.
El objeto de deseo siempre es una idea, como lo es también el objeto de temor, de descontento o de sufrimiento, y eso es lo que tratamos de evitar, porque la no aceptación de lo que “es”, implica algo que hay que evitar.
Lo que se evita y lo que se busca son algo contradictorio, he aquí el conflicto: lo que se rehúye y lo que se desea, lo agradable y lo desagradable.
B.: Suele ocurrir que se vive en la rutina, en la mecanicidad, con una vida sin creatividad, en soledad, aburridos, vacíos, sin objetivos, llevando una existencia a disgusto. Frente a esto, lo que surge es el deseo de algo que dé placer y satisfacción.
Esa reacción y esa búsqueda conllevan la misma sustancia, la misma materia del descontento, ambos tienen los mismos componentes.
Y.: Si, es el deseo. Es decir, hay un objeto pensado, claramente o no, acerca de lo que deseamos, pero esto es un pensamiento. Como también lo es aquello que nos molesta o lo que tememos.
La contradicción está en que queremos una cosa para evitar la otra.
B.: Eso conduce inevitablemente a la continuidad del dolor, y a que éste se acreciente, porque para evitar lo primero que ha surgido, que es ese vacío, la no creatividad, lo repetitivo, reaccionamos buscando algo opuesto, que trae los gérmenes de lo mismo: cada polo contiene los mismos elementos.
Y.: Creo que esto hay que mostrarlo claramente, que los opuestos coexisten, que la continuidad del deseo da lugar a la continuidad del sufrimiento y de la insatisfacción.
B.: Incluso la puede incrementar.
Y: Así es. Depende de la intensidad del deseo.
B.: Tal vez la intensidad del deseo, tenga relación con la fuerza del descontento. Hay continuidad del sufrimiento porque aquello que estamos buscando no nos es fácil encontrarlo o no lo encontramos o no existe. También la distancia entre lo que sucede y lo que anhelamos suceda, o entre lo que “es” y lo que deseamos sea, marca la intensidad del conflicto que la persona vive.
Y: Entonces vuelvo al descontento, al temor o a la insatisfacción. Si alguna vez el deseo es colmado y satisfecho, puedo creer por un tiempo que estoy aliviado, totalmente cambiado, que el temor ha desaparecido. Cuanto más sostengo esto, más tengo que defender lo que creo.
B.: Al tener que defender, nos sentimos inseguros y se genera en nosotros mayor temor a perder lo logrado.
Y: Estamos de acuerdo. Toda búsqueda, espiritual o no, persigue una satisfacción, es un escapar del temor, un huir de la insatisfacción, es solamente deseo.
En la ambición también está el deseo: el anhelo de ser algo, de ser más, de tener éxito, incluso en la aspiración de crecimiento, porque éste es algo espontáneo que no depende del deseo. Hay muchas cosas que sí dependen de él y hay otras que no.
Pero deseo no es lo mismo que necesidad. Puedo necesitar agua, alimento, techo, protección, pero sobre esto aparece el deseo de comer mejor, de tener el mejor techo, de tener un amparo que sea permanente, etcétera.
La necesidad puede ser satisfecha, pero en la búsqueda de la satisfacción que ella ha provocado surge el deseo de continuidad, de seguridad, que es también temor a la inseguridad, a la falta de provisión y, por lo tanto, de satisfacción.
B.: Me parece también importante aclarar que el placer en sí mismo no es una dificultad. Una cosa es el placer buscado como reacción a la insatisfacción, como rechazo o intolerancia a otra cosas, que nos lleva al conflicto por no aceptar la realidad, y otra diferente es el gozo que puede surgir per se, el placer espontáneo de estar caminando en una tarde soleada o de escuchar el canto de los pájaros.
Y.: Es cierto, es así. Para poder comunicarnos y comprendernos mejor te propongo darle un nombre diferente a aquel placer que llega, que es distinto de aquel que se busca. Al primero podemos llamarlo gozo y al segundo, el buscado, seguiremos llamándolo placer.
El deseo no sólo proviene de lo que no se acepta, sino también del anhelo de repetir el gozo, por lo tanto, tiene dos fuentes: la repetición de lo agradable y la eliminación de lo desagradable. Esos dos aspectos determinan el deseo y le dan continuidad.
Cualquier objeto agradable facilita el deseo: quiero que ocurra, quiero tenerlo, quiero repetirlo. Ese “quiero” es la repetición del agrado que provocó el objeto, la satisfacción, pero el deseo es exactamente el mismo y se enlaza con todos los otros deseos, que son en realidad uno solo: la búsqueda de lo agradable y la eliminación de lo desagradable.
B.: Me parece que debemos dejar muy claro que todo deseo, que es un movimiento producido por un descontento por la monotonía, el vacío, la soledad, la confusión, la no comprensión, la enfermedad, la muerte, el dolor, el desamor, ese anhelo que surge a partir de esas realidades humanas cotidianas, nos lleva a dar continuidad a ese dolor y a incrementarlo, porque en definitiva, ninguna de esas búsquedas nos va a dar satisfacción.
El ser humano tiene la expectativa de lograr algo. Como tal cosa no se alcanza, produce frustración, que puede derivar en violencia o puede ser motivo de aislamiento, y además va incrementando progresivamente el dolor.
Si no vemos que el deseo nos lleva inevitablemente a mayores dosis de sufrimiento, otra persona podrá cuestionar si el desear algo diferente a lo que “es”, es
Y.: Las cosas más importantes de la vida no pueden ser deseadas.
B.: ¿Podemos explayarnos en ello, dando algún ejemplo, Roberto?
Y.: La tranquilidad, por ejemplo.
El ser humano tiene la expectativa de lograr algo. Como tal cosa no se alcanza, produce frustración, que puede derivar en violencia o puede ser motivo de aislamiento, y además va incrementando progresivamente el dolor.
La tranquilidad de espíritu o de ánimo que uno busca no es igual que la que llega cuando uno está bien y no la busca.
La idea de tranquilidad, su pensamiento, es algo fijo, un concepto que uno ya tiene dentro de sí, previamente determinado y producido por la propia historia y el propio condicionamiento.
La verdadera calma puede ser otra cosa totalmente distinta, además no es fija ni estable y es un movimiento también.
Una forma de ser no puede ser deseada; no puede ser adquirida, puede llegar, pero si la busco, lo que voy a encontrar es algo fijo, lo que mi propio condicionamiento me obliga a admitir como tranquilidad.
Cada uno tiene sus ideas acerca de esto, sus conceptos y es eso lo que busca, y para obtener calma cree que hay que resistirse a una serie de cosas, como intranquilidad o molestia, y eso es justamente lo que tenemos que evitar, porque la tranquilidad real no resiste nada, no necesita resistir.
B.: La tranquilidad real sería producto de que hayan terminado de operar los estados de insatisfacción, a partir de haberlos comprendido.
Lo mismo podemos decir de la felicidad. Una cosa es la dicha que se genera debido a una idea o a una ilusión y otra es la que pueda surgir naturalmente en una persona como consecuencia de haber comprendido la infelicidad que en ella existe.
Las personas buscan felicidad porque tienen infelicidad, uno busca y desea lo que no tiene.
La forma inteligente de responder a las situaciones de la vida es comprendiendo lo que hay y descartar el ambicionar lo opuesto.
El significado etimológico de la palabra “comprender”, viene de: “entender” y ésta de: “tender”; tender viene de desplegar. Es decir que comprender significa desplegar toda la trama que contiene y estructura a un estado psicológico determinado, descartando en ese despliegue cualquier juicio, justificación, análisis, división entre el que “percibe” y lo “percibido”, entendiendo que uno es lo que ve. También descartando la verbalización interna, porque ella lo único que logra es objetivar, es decir poner afuera lo percibido, lo vivenciado.
En resumen podemos decir que la comprensión se trata de un estado de observación, sin motivo y sin opciones o sin preferencias.
Si en nosotros hay infelicidad, lo interesante va a ser comprenderla y no estar anhelando una idea de felicidad, que implica reaccionar a su opuesto.
Y.: Es que el deseo tiene siempre dentro de sí a su opuesto.
El deseo de satisfacción lleva dentro el germen de la insatisfacción y el temor. Aquello que me puede provocar placer y aquello que me puede provocar displacer. Pero la felicidad, la tranquilidad, no tienen opuestos.
B.: Creo que es importante que profundicemos en esto, en los estados que no tienen opuesto, como sucede también con el amor, una palabra bastante mal empleada, como si fuera lo contrario del odio.
Y.: Es una creencia muy extendida. El amor no es lo contrario del odio, como la felicidad no es lo opuesto a la infelicidad ni la intranquilidad a la tranquilidad.
B.: Cada uno, en realidad, es un estado en sí mismo.
Y.: Es completo en sí mismo. Si no fuera así, si fuera una parte de un opuesto, mi tranquilidad no sería totalmente tranquila, mi felicidad no sería totalmente feliz y mi amor no sería totalmente amor.
B.: ¿Podrías aclarar por qué no sería totalmente así?
Y.: Porque dentro de sí estarían coexistiendo dos fuerzas antagónicas y ante cualquier inconveniente, frente a esa felicidad o a esa tranquilidad aparecería todo lo contrario. Cuando el objeto de mi amor se aleja de mí y yo no quiero que eso ocurra, aparecen los celos, el sufrimiento, el dolor. Pero eso no es producto del amor, sino del deseo de poseer al objeto amado, que no tiene nada que ver con el amor.
B.: Puede suceder que los opuestos existen en el campo físico, en el mundo de las cosas y uno traslada una visión de los hechos tangibles, donde sí existen, a lo psicológico, donde no existen.
Y.: El deseo ha transformado en opuesto a algo que no lo es.
B.: Cuando rechazamos un estado, por ejemplo, la tristeza, nos proyectamos a un estado diferente, la felicidad, la cual pretendemos alcanzar; pero no vemos que en nosotros, sigue operando la tristeza, tal vez en forma oculta por haberla resistido.
Cualquier estado de una supuesta felicidad que encontremos, cobija a la tristeza por haberla rechazado, por no haber comprendido toda su estructura, los motivos que subyacen a ella, y que hayan terminado de operar en uno.
Cuando nos referimos a lo que subyace, entendemos por esto a las razones ocultas, desconocidas, inconscientes.
Por ejemplo: me siento herido por algo que alguien me dice, me quedo en un estado de observación de lo que estoy sintiendo, descarto el actuar tratando de modificar lo que estoy sintiendo, descarto verbalizar y analizar lo que está pasando en mí, hay silencio, comienzan a emerger cosas, tal vez, un sentimiento de desvalorización, de inseguridad. Luego puede aflorar la necesidad “de querer ser”, y como estoy siendo agredido, esto pone en peligro mi deseo de ser alguien, valorado, reconocido, querido. Es decir que lo que subyace a un sentimiento de afectación por una agresión puede ser la búsqueda de seguridad, de ser alguien, la identificación con la imagen que tengo de mí mismo.
Esto intenta ser un ejemplo de cuáles pueden ser razones subyacentes a un determinado estado. Tal vez toda esta descripción es demasiado simplificada, para que sea claro el ejemplo.
Y.: El recuerdo de una tranquilidad o felicidad vivida implica el deseo de repetir ese estado que es recordado. Pero no se puede volver a vivir un recuerdo, puedo volver a vivir la paz o la felicidad, pero no volver a experimentar un recuerdo, que tiene forma, que es fijo porque pertenece al pasado, a un tiempo que quiero revivir.
Hay una diferencia entre esto y volver a vivir el mismo estado al que le damos el nombre de felicidad o de paz, que tiene características totalmente nuevas y distintas cada vez que lo vivo.
B.: Estamos atrapados en el pasado, un pasado que se lleva a cuestas, un pasado que impide vivir el presente en forma plena.
Un pasado en el que han sucedido cosas agradables y otras desagradables, que han dejado una marca, experiencias, vivencias, a partir del cual nos proyectamos deseando evitarlas, anhelando que no se repitan en el futuro porque causan sufrimiento, y por el otro lado está el deseo de repetir lo agradable.
Y.: El tiempo es esperanza, ilusión de algo que puede ocurrir, es deseo y ambición: tiempo para conseguir lo que queremos y también para evitar lo que no queremos.
Toda esa experiencia es llamada tiempo psicológico, es un solo movimiento de pasado, presente y futuro, ¿de qué forma?: desde el pasado se proyecta el deseo hacia el futuro y el ahora es un momento de paso hacia el mañana para cumplir con los anhelos o evitar lo desagradable, lo que nos causa temor.
Esa es nuestra vida de conflictos, de sufrimiento, el tiempo es conflicto y, por lo tanto, sufrimiento.
B.: El tema del tiempo en el campo psicológico, es algo muy profundo y subyacente a toda la estructura del sufrimiento, ¿Podemos explayarnos, Roberto?
Y.: Porque no lo elimina, es decir, el tiempo no elimina el sufrimiento.
B.: En parte sucede por la esperanza. Socialmente está bien visto tener esperanza en el futuro, el problema radica en que la persona vive con esperanzas de un futuro mejor, diferente, pero como nunca se terminan de cumplir todas las expectativas, y así se cumplan, surgirán nuevos deseos, por lo que el sufrimiento continúa e incluso se incrementa.
Toda nuestra vida psicológica o gran parte de ella, está manejada por el placer y por el anhelo que lo convoca, que lo busca. De distintos modos, no importa cuál, el deseo siempre es el mismo.
Además al tener esperanzas en el futuro, nos alejamos del momento presente, que es donde está el contenido de la vida, y de lo que en uno está sucediendo, por lo tanto es en el momento presente donde podemos comprender algo y terminar con ello.
Mañana seremos lo que somos ahora, a no ser que hoy uno muera al presente. Por lo tanto, lo único que podemos hacer es comprender lo que ahora estamos siendo.
Pero la esperanza es un sentimiento muy enquistado en el hombre…
Y.: Detrás de toda búsqueda, detrás de toda esperanza, hay un deseo y se acompaña siempre de temor, de lo que se quiere evitar y de lo que se quiere conseguir. En nuestra vida siempre hay algo que nos falta y siempre hay algo que nos sobra, esto se relaciona con el conseguir y el evitar.
B.: Creo que con lo que estamos diciendo, sin darnos cuenta, hemos ido mostrando cuál puede ser la estructura del temor, algo que todo ser humano vive. Además ver que el miedo genera violencia, angustia, nos aísla de los demás, nos enferma.
El miedo es algo inherente en la vida de todo ser humano y estamos dejando al descubierto cuáles serían sus causas, es decir el deseo, como vos decís, el deseo de evitar el dolor.
Y.: Qué es exactamente lo mismo que el temor de tener miedo.
B.: Conlleva inevitablemente el miedo a que eso suceda, o no suceda.
Es bueno que sigamos investigando la forma de vivir de un ser humano.
Me interesaría profundizar en este tema del tiempo.
Uno puede salir a caminar, estar por ejemplo una hora haciéndolo y durante ese lapso no tener conciencia del pájaro que cruzó volando, de las plantas con su color y su aroma, de los cielos y las nubes. Lo único que hay son pensamientos sobre situaciones pasadas, o situaciones que uno imagina para un futuro mejor, así como fantasías, anhelos, sueños.
Creo que uno vive muy alejado del momento presente y de toda la riqueza que éste pueda incluir.
Y.: Hay otras cosas además. Pensar es, fundamentalmente, pensar en uno mismo. Esto nos aísla, nos separa, nos divide de los demás, y como pensamos en nosotros mismos, tememos y deseamos por y para nosotros mismos. Es muy difícil desear y temer por algo que no seamos nosotros mismos.
B.: Inclusive si es por otro, esto sucede en relación a lo que el otro significa en mi vida, sea un hijo, una pareja, un amigo. A veces uno dice “yo estoy pensando en mi hijo”, pero en tanto que ese hijo significa una compañía, una proyección en él, un afecto, ese pensamiento en el hijo es en realidad un pensamiento en uno mismo y la inseguridad que nos genera que él pueda tener un problema.
R, Y.: Y temores.
B.: Si, aclaremos. Es el temor de que algo le llegara a pasar y el sufrimiento que eso me causaría. De lo que estamos hablando es de cuán auto-centrados nos encontramos. Parece que la vida girara alrededor nuestro, como en la época anterior a Copérnico, cuando se creía que la Tierra era el centro del universo.
En general nos seguimos sintiendo como el centro de la vida y que desde ese centro, que somos nosotros, funciona el resto.
Y.: Primero yo, segundo yo y tercero yo.
B.: No tenemos una cosmovisión de la vida en su totalidad, con todo lo que eso pudiera significar, sino que tenemos toda nuestra mirada puesta en nosotros mismos, nuestros logros, lo que nos pasa, lo que nos sucederá, nuestros placeres, nuestros recuerdos agradables y desagradables, etc..
A la vida se la ve y vive desde un centro, que somos nosotros mismos, todo funciona desde uno.
¿Qué pasa al vivir centrado en uno, qué conlleva?
Y.: ¿Es claro que todo temor es miedo por mí y que todo deseo es por y para mí?
B.: Sí, es claro.
Y.: Cuanta más preocupación por nosotros mismos, más enfermos estamos, más encerrados y aislados estamos. Así no podemos vivir.
B.: Esto que estás diciendo, encierra una enorme paradoja: el ser humano teme estar solo y busca estar en compañía de otros. Pero al buscarlo desde ese centro, convocando a los demás para satisfacerse a sí mismo, en realidad, se aísla; lejos de estar en compañía se va quedando cada vez más solo.
Y.: Tapando esa soledad…
B.: Por el contrario, cuando alguien termina con el sentimiento de soledad, puede estar en comunión con todos, que es lo contrario a lo que hemos mostrado con el último ejemplo.
Hay situaciones dicotómicas en la vida, en las que a veces uno, por buscar lo opuesto, lo único que logra es acrecentar aquello con lo que está disconforme y nos afecta..
Y.: Sí, ya hemos hablado de los opuestos coexistentes a través del deseo.
B.: O sea que uno se siente solo, busca a los otros y, mientras se esté centrado en uno mismo, se aísla más de los demás, del mundo, de la vida…
Y.: Exacto, no sólo de mis semejantes sino también de la naturaleza.
B.: Estas situaciones dicotómicas ocurren también con respecto a la seguridad.
Al buscar la seguridad, lo que se encuentra es inseguridad, por el contrario el que sabe vivir en lo inseguro e impermanente, se siente seguro.
Lo que estamos planteando es convivir con las realidades, en lugar de desear salir del estado, ya que en la medida que se desea salir, se resiste lo que es y lo que se hace es darle continuidad al dolor.
Es importante aprender a vivir con la realidad, pero uno no se atreve a convivir con eso porque da una enorme cuota de inseguridad el hecho de coexistir con la insatisfacción, la infelicidad, el vacío, la soledad. Creo que una de las cosas que suceden es que, cuanta más seguridad buscamos, más inseguridad sentimos.
Y: La seguridad que se busca, uno cree encontrarla en el dinero, en las posesiones, en las personas, en el conocimiento, en Dios.
B.: En formar parte de organizaciones o instituciones…
Y: Todas esas cosas a uno le dan una aparente seguridad. Digo aparente porque cualquier elemento que pueda menoscabar o atacar aquello que nos da estabilidad, nos crea una inseguridad mayor.
La seguridad que se busca y que nace de la inseguridad en que vivimos es la del deseo de seguridad, que forzosamente mantiene la continuidad de los opuestos.
La verdadera seguridad no depende de nada para existir: es. En tanto yo la defiendo de algo o de alguien no voy a conseguirla.
B.: En la medida que dependa de algo o de alguien lleva implícita la posibilidad de que eso no acontezca, por lo tanto, tiene como contrapartida a la inseguridad en sí misma.
Creo que alguien que busca darle un fin a la inseguridad tendría que comprender que esto no va a suceder como producto de desear la seguridad, sino de aprender a vivir en lo que “es”, que es la inseguridad, el caos, lo cambiante, todo esto es lo que conforma la vida misma.
Y.: La seguridad, alguien puede creer que podría surgir del deseo de la seguridad, pero es necesario entender, que no se la puede hacer depender de nada. Ello obliga a eliminar el deseo de poseerla para que ocurra. No a través de algo o de alguien. No sabemos cómo hacerlo de otra manera. Pensar es eso, es buscarla a través de algo conocido, por eso no se puede obtener a través del pensamiento o el deseo.
B.: Éste me parece un tema muy clave, dado que tal vez una de las cosas que uno nota más frecuentemente es que todo el movimiento de la mente, siempre lleva a esa búsqueda de seguridad.
Pregunto: ¿quedará clara la importancia de descartar ese movimiento? Me refiero a darnos cuenta del peligro que entraña esta búsqueda de seguridad, a través del pensamiento.
Y.: Hay otro planteo: ¿Cuál es el origen de la búsqueda de seguridad?
Vemos como inseguras nuestras vidas, la percibimos así porque no encontramos en ellas la gratificación o satisfacción que queremos en forma permanente.
La búsqueda de la permanencia, de la satisfacción vivida, es la pretensión y el deseo de seguridad.
La impermanencia es lo típico del vivir, la transitoriedad de los estados de ánimo, unas veces agradables y otras no tanto. Los momentos agradables, que son sólo instantes, queremos que sean permanentes, y ese deseo de permanencia de lo agradable es el mismo anhelo de seguridad.
B.: Dado que vivimos centrados en nosotros mismos, yendo en la búsqueda de logros, en forma competitiva, midiendo, juzgando, comparando, envidiando, todo esto implica vivir con el deseo de algo diferente. Es como que la sociedad, conformada por cada individuo que la retroalimenta, promueve esto de “ser alguien”, si no eres nadie atravesara el estado más inseguro que pueda haber.
Entonces la seguridad, aparentemente consistiría en ser alguien reconocido, valorado, aceptado por otras personas o por la sociedad.
De este modo, hablar de que la búsqueda de seguridad resulta un estado conflictivo que le da continuidad al dolor, es algo que nos va a costar comprender, porque nadie puede concebir una vida armónica y encontrar paz interior si no es a partir de la seguridad.
¿De qué manera podemos dejar claramente explayado esto, cuando en realidad lo que se nos promueve desde la educación, la familia, la sociedad, las religiones, es la búsqueda constante de seguridad? Es decir, tener buenas notas, aprobar los exámenes, tener reconocimiento social, tener dinero, tener conocimientos y todo aquello que se interpreta como “ser alguien en la vida”.
Y.: La educación es justamente eso: se educa para la seguridad futura, por supuesto aparente, porque depende de algo o de alguien. No solamente futura en cuanto a esta vida, también hay seguridad futura en cuanto a la próxima vida, queremos saber qué nos va a pasar en una próxima existencia y ésta es otra forma de buscar seguridad.
B.: Entonces, ¿qué le podemos decir a una persona, que siente que en lo más profundo de sí mismo, que lo que más arraigado tiene, es esa búsqueda de seguridad?
Y.: Son dos cosas distintas: la seguridad que llega a través de la comprensión de los procesos del vivir y aquella que se busca.
Es exactamente lo mismo que la tranquilidad, la paz o el orden, que llegan sin buscarlos.
B.: ¿Podemos mostrar qué es un estado de seguridad que llega espontáneamente?
Y.: Es una forma de vivir, una cualidad del ser, una manera de ser y de vivir en que vivimos con seguridad.
B.: ¿No podría ser que ésta surja naturalmente en el momento en que hemos terminado con el deseo? ¿No es el deseo de algo diferente a lo que “es”, lo que genera la inseguridad?
Y.: Sí. Cuando se terminan el deseo y el temor, la inseguridad y la búsqueda de seguridad y permanencia, ocurre otra cosa y le podemos dar todos los nombres que queramos: seguridad, paz, felicidad, etcétera.
B.: Todo esto es algo que cada uno tendrá que experimentar, vivenciar y descubrir por sí mismo, y ver qué hay de verdadero o de falso en lo expuesto. De lo contrario estaría haciendo un estado ilusorio por las palabras dichas en este libro, y el deseo de que ello ocurra. Con lo que estaríamos en el punto inicial.
Creo que hemos hablado sobre muchos temas.
¿Te parece que falte desarrollar otra cosa?
Y.: No hay ningún tema separado del otro, todos son uno. En cada uno de ellos están comprendidos los otros, la división no existe más que en el pensamiento, es la necesidad de su descripción, pero en definitiva somos uno.
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